Si no temen ustedes que les piquen las ortigas, vengan conmigo por el estrecho sendero que conduce al pabellón, y veremos lo que sucede dentro de éste...

jueves, 16 de agosto de 2007

El problema era la desconfianza

Juro que es verdad. Un día después de haber llamado a los automovilistas a que compartan sus autos, un personaje de grueso bigote entrecano, pelo engominado hacia atrás y gafas oscuras se detuvo frente al paradero de mi barrio y, exactamente como lo describí en aquel post, anunció su recorrido a uno que estaba allí parado. "Bilbao-Alameda", escuché. El hombre no aceptó y entonces me tocó el turno a mí. Me repitió los nombres de las calles y yo me subí inmediatamente sintiéndome feliz, pensando en las casualidades y causalidades de la vida. Iniciamos una conversación trivial y le comenté lo que había escrito. El me dijo "Yo siempre me ofrezco pero la gente rara vez acepta. Hay mucha desconfianza". Yo no le creí y dije:"Tal vez se cohiben". La timidez, el extremo formalismo de los chilenos o lo novedad de la situación pueden, he pensado, vencer a la sensatez. "No", recalcó "es por la desconfianza". Continuamos hablando de los mochileros o autoestopistas. El cree que salteadores de caminos y aprovechadores han desprestigiado al gremio. "En la carretera yo nunca llevo mujeres", dice enfático, "Conozco un chofer de camión a quien una niña le entabló una demanda por intento de violación". Al parecer es una práctica común extorsionar a choferes inocentes con amenazas de este tipo. "Uno nunca sabe", concluye fingiendo cierto aire melancólico, "por eso yo entiendo a la gente que no quiera subirse a un auto" (fue su apariencia de estrella jubilada de cine de los 80's la que me hizo pensar que fingía) .

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