Si no temen ustedes que les piquen las ortigas, vengan conmigo por el estrecho sendero que conduce al pabellón, y veremos lo que sucede dentro de éste...

domingo, 3 de febrero de 2008

Serpientes

Arne. ¿Cómo percibes, Gabriel, amigo, el tono delicado de estos meses de verano?
Gabriel. Me gusta tu pregunta, Arne, veo que tú también has visto lo tenue en el murmullo del espíritu contra la sugestión de la vista y las serpientes de verano. Aparentemente no queda nada, nada. Porque ya todo ha sido dicho, está disponible, y lo único sensato es sentarse a esperar.
Arne. ¿Esperar qué?
Gabriel. Nuestro turno, nuestra oportunidad para demostrar lo que "somos". Ya no queremos la paz. Esta palabra, al igual que las palabras "amor" o "verdad", han perdido su significado, y los ingenuos que aún las guardan han oído hablar de caminos, miradas, que conducen a ella, pero ello ocurre en el silencio, en el anonimato... y nosotros esperamos a los testigos de nuestra felicidad.
Arne. ¿A quiénes te refieres con nosotros?
Gabriel. A mí y a cuantos deseamos quemarnos vivos y el desplome de la torre de Babel.
Arne. Pero yo he notado que tú también has recogido los signos, el rastro del despliegue sagrado en cada esquina...
Gabriel. Sí, creo que hay una ruta de regreso. Tiene que ver con recuperar el control de la realidad. Superar la sensación de que un "sistema" nos oprime y nos maneja como títeres. Éste es justamente el triunfo de la banalidad. Porque una vez que abandonas tu puesto en el timón, termina tu viaje. Ésto no significa que el hombre es la medida de todas las cosas, como tanta gente insiste en vociferar desde un resentimiento feroz. No. El misterio es más grande que la verdad.
Arne. ¿Puedes decir algo más de esa ruta de regreso?
Gabriel. Sí. Tiene que ver sobretodo con la música y el cuerpo. Una vez que tú logras unirlos, puedes maravillarte de cómo se esparce sin cálculo la belleza en la amistad entre hombre y lo divino. Existe una parte oculta y una manifiesta. La oculta no la dominas: tu corazón late sin esfuerzo. La manifiesta también está fuera de tu alcance, porque la apariencia es el espacio cedido desde siempre al intercambio y es tierra de nadie. Las manchas de oxígeno, el interminable escapar de las puertas, el temor de los días donde hay muerte, el pétalo de lirio, los animales libres, todo empieza a ser palpable y se entronca en un escalofrío desafiante. Mansos como palomas y astutos como serpientes.

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