Si no temen ustedes que les piquen las ortigas, vengan conmigo por el estrecho sendero que conduce al pabellón, y veremos lo que sucede dentro de éste...

jueves, 20 de diciembre de 2007

Ciencia y poesía I

Cuando era un niño, mi primera profundización independiente en un área específica del conocimiento, más allá de lo que enseñan en los colegios, fue la astronomía y la astronáutica. Me bastó con memorizar los nueve planetas (entonces eran nueve) y sus propiedades, algunas cifras poco intuitivas como la velocidad de la luz, y los hitos más significativos de la exploración espacial para sentirme el portavoz de un saber poderoso, un iniciado. Cuando me lo reconocían, me sentía halagado, diferente, y me sonrojaba. Otras veces, cuando el camino se tornaba muy solitario, aparecía cierta primera melancolía por la unidad perdida y la irremediable incomprensión.
Así, muchos niños se transforman de sopetón en expertos paleontólogos, geógrafos, o, más recientemente, en hábiles programadores de computadoras. Esta disposición natural se libera al primer contacto solitario y casual con alguna enciclopedia, atlas, hardware o software, con una visita al museo, o simplemente con el contacto con la naturaleza, y al principio sólo es conducida caóticamente por la curiosidad más acuciante y el asombro. También mi hermano menor, a su vez, encontró en los reportes del clima de la televisión no sé qué hechizo y se entregó al estudio de estos fenómenos.
¿Cuál es el papel de la poesía en esta etapa de la vida?
Alguien podría decir que ninguno, pero yo creo que el acercamiento de un niño a la ciencia es siempre poético. Más que coleccionando datos o contenidos, el niño está explorando las metáforas, o sea, modelando el continente. Su alma se ensancha cuando estima por primera vez lo que mide un año-luz y adquiere consistencia cuando compara la masa del diplodoco con los objetos ya conocidos. Construye su paisaje interior con las palabras que él quiere, del mismo modo que una epopeya funda una nación. En definitiva, como el primer hombre que nombró al fuego, el niño practica una ciencia indistinguible de la poesía. El científico que cuide de esta capacidad fundadora, como el poeta, creará más realidad y se apegará a la prescripción de Nietzsche de "Ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte, con la de la vida". Novalis, poeta e ingeniero, se resistía a la parcelación de estas actividades: "Sólo los poetas deberían ocuparse de los líquidos, y sólo a ellos debería escucharlos la ardiente juventud; los laboratorios habrían de ser templos y los seres humanos honrar con amor sus llamas y sus aguas, glorificándose por ello". La disputa acerca de si el descubrimiento científico es o no invención humana queda pendiente.

CONTINUARÁ...

1 comentario:

alotropico dijo...
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